Texto filosofico 3 – El rol del arte en esta lucha ecológica

El arte cobra vida con el artista por medio de la sensibilidad y por este medio también llega al espectador, lo conmueve. Por esta misma calidad de expresión sensible, el arte es un dominio privilegiado para comunicar ideas que, a su vez, tocan la sensibilidad de cada uno.

 

Más allá de nuestra conciencia de la cuestión ecológica, la urgencia de proclamar la irrevocabilidad de nuestras acciones es un llamado a la sensibilidad colectiva y de cada uno.

 

De ahí surge la idea, y puede parecer fútil, de que solamente una producción que no destruye, que no produce nada más que el despertar de las conciencias y de las sensibilidades, solamente este tipo de producción es apto y legítimo para tratar la cuestión ecológica. Esta producción es la producción artística. Sin tomar el lugar del político, el artista hace oír su voz, a su medida y en sus esferas. Sólo él puede sensibilizar sin caer en la propaganda y el proselitismo. Porque el riesgo de la recuperación existe. El infierno está plagado de buenas intenciones y la recuperación política está al acecho de cualquier iniciativa bienintencionada.

 

El arte sirve para sensibilizar, claro, pero también puede tornarse más útil que fútil y ser el disparador de todas las sensibilidades que ha activado y de todas las conciencias que ha despertado. Parece que el tiempo de la concientización, aún necesaria, ha pasado. La conciencia ecológica ya está instalada entre la gente, los pueblos, la ciudadanía. Sin embargo, prevalece la existencia de un desfasaje abismal entre las sensibilidades cívicas y las decisiones de un puñado de dirigentes económicos. En este sentido, la inmensa mayoría está más avanzada que aquellos servidores de los intereses de unos pocos.

 

Además de ser alarmante, aterrador y decepcionante, este desfasaje es extremadamente peligroso. Lo es en forma inmediata en situaciones de urgencia. En esta grieta entre el sentir de la ciudadanía y las decisiones de una elite económica yace el terruño de una violencia latente que se nutre de las incomprensiones y terminará por explotar. La sed de cambio expresada por los pueblos guía la marcha de esta revolución verde que debe construirse en torno a la escucha mutua y al buen sentido. De lo contrario, esta revolución podría  suscitar llamados a tomar posturas extremas de parte de populistas hipócritas, que  se presentarán a sí mismos como “¡los únicos en tener el coraje de asumir las responsabilidades de un cambio de verdad!”

 

Para que esta revolución verde no se vuelva una dictadura verde, es de vital importancia que el cambio de paradigma que deseamos venga de la mano de la cultura y del arte, y que sea un diálogo de culturas, una alianza de nuestros pueblos para una apuesta común que va más allá de nosotros y que sin embargo depende de nosotros.

Julie Cloarec-Michaud

 

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