En esta selva espléndida donde todo nace y muere a simple vista, escalamos la sierra amazónica y la bajamos de espalda agarrándonos de las ramas y raíces que sueltan insectos fluorescentes. Así descubrimos una nueva forma de caminar, precisa y sincronizada. Progresamos lentamente atrás del guía kichwa que abre el camino con su machete.
Nuestros pasos se imprimen en el barro tanto como el barro dicta el ritmo de los pasos. Ahora llegamos a un pantano donde nadamos más que caminamos entre plantas con formas de coral. Colgados de los árboles aparecen hipocampos minimalistas y estrellas rojas enormes.
Surge un río. Rayos de luz atraviesan el techo vegetal que cubre el sendero de piedras pulidas bajo el agua. La bailarina Tamia elije como escena una piedra emergida donde sólo cabe un pie, mientras el otro roza el mineral con la delicadeza del fluido. Frente a ella, Hervé se alza en una roca cubierta de musgo, convulsionado con espasmos que los echan al río. Luego, Omar se disfraza de payaso ecológico. Desde la orilla del río, la filósofa Julie le grita una consigna destinada a los niños: « Nuestro mundo es absurdo pero no todo está perdido. Su futuro depende de su imaginación ».
M-H. A.