La segunda etapa de la expedición consiste en compartir nuestras experimentaciones con los chicos del pueblo de Shiripuno, cerca de Misahuallí. Una tormenta se desata. El cielo pasa del azul al gris metálico. El canto de los pájaros suena como las alarmas de un toque de queda.
Hervé improvisa un taller de danza al borde del río. Los chicos aminan entre dos árboles hacia el río y se dirigen hacia los bailarines para llevarlos en el sentido contrario agarrándolos de la mano. “En todo el mundo, los niños son niños. Están a la escucha de la acción, no de la intelectualidad y eso es una linda lección”, opina Hervé. Luego, Omar los hace bailar inspirándose en los árboles, las ranas, los pájaros y los peces que se lleva el río: los bailarines alzan a los niños en sus brazos. Atrás, sus madres extraen del río minúsculas partículas de oro. Recogen un gramo por semana, cuyo valor es de 35 dólares. No se trata precisamente del Eldorado.
Al atardecer, la tormenta se desata sobre el pueblo de Shiripuno y vierte una lluvia caliente y pacífica. Espontáneamente, Tamia le dedica una danza a la lluvia. Su cuerpo finito se desdobla bajo el peso de las gotas que se estrellan en su frente. Interpreta el relámpago y termina con la palma de las manos volcada hacia el cielo para luego descansar en el piso con la mejilla puesta contra la tierra húmeda.
El día anterior, había escrito el poema al pie de la cascada del Diablo (Supay Pakcha):
Como si existiera dentro de tí
Eso siento cuando te toco
Cuando te resbalas de mis brazos y de mis piernas
Pesas
No te temo, te respeto, te acepto
Eres fuerte, caes sin pedir permiso
A nadie
¿Te dejas atrapar?
Nunca
Me seduces, me dejas inundarme en tí
Luego me expulsas
Agresiva, desconocida, distante
Otra
Eres siempre otra
En kichwa, Tamia significa « lluvia ».
M-H. A.